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Mercado de la Ciudadela

MERCADO DE LA CIUDADELA

es el intento de explicar
una palabra intraducible que a mi tribu
le costó milenios descubrir.
Ángel Carlos Sánchez

Me veo como Audrey Hepburn
desayunando entre joyas.
Aquí no puede ocurrir nada malo.
Sería mi lugar para los días rojos
si no fuera porque los días rojos me paralizan
y me da miedo hasta salir de la cama
y ni siquiera puedo pensar en que hay un lugar perfecto
donde no puede ocurrir nada malo
salvo que me hablen en inglés.
Nunca me quitaré la cara de turista
—aunque pida permiso y ensaye mis eses—.
El orden de los lizos en el telar de cintura,
la presión ejercida sobre cada chaquira de una jícara,
la combinación de colores un poco naif de los amates de Guerrero,
el brillo metálico del barro negro de Oaxaca.
Las manos que tejen, las manos que bordan,
los ojos, las manos y los corazones de los artesanos,
el orden del cosmos que leyeron los abuelos hecho souvenir.
Los turistas regatean a mi alrededor
preguntan los precios y se les hacen caros.
Yo pregunto de qué estado es este bordado,
cómo es el telar en que se teje el doble lienzo,
qué tipo de palma se ocupa para esas canastas.
Con frecuencia me decepciono:
no siempre el que vende conoce al artesano
ni a todos los comerciantes les interesa la tradición.
Tal vez lo han olvidado para aprender a regatear en diferentes idiomas.
Tal vez los mercaderes aprendieron de otros abuelos.

Anita Ges. CDMX, 2018

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1 comentario en “Mercado de la Ciudadela”

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